Carlos Fernández-Vega
¿Qué fue del prometido sexenio en el que los habitantes de este país vivirán mejor” (eslogan que de forma por demás grotesca mantiene la propaganda oficial) si Felipe Calderón llegaba a Los Pinos? ¿Qué de aquel “compromiso de gobierno”, según el cual las prioridades del actual inquilino de la residencia oficial serían “seguridad para los mexicanos, creación de empleos y superación de la pobreza”? Pues bien, falta muy poco para que el susodicho desocupe la primera silla de la nación, pero el balance de sus “prioridades” arroja tétricos resultados: más de 50 mil muertos en medio de una inseguridad creciente, un déficit superior a 4 millones de empleos formales, y 15 millones adicionales de pobres (incluidas las estimaciones para el bienio 2011 y 2012).
En los dorados tiempos de la campaña electoral 2006, Calderón ofreció enfrentar “de manera muy decidida” el reto de la pobreza, y que su “compromiso personal” era combatir la injusticia cometida en contra de millones de familias que “viven todavía en marginación en nuestro país”. Ya en su toma de posesión, “haiga sido como haiga sido”, anunciaba su “mayor esfuerzo para orientar el gasto público hacia los que más lo necesitan”, en el entendido de que “para combatir la pobreza y la desigualdad es indispensable lograr tasas de crecimiento que nos permitan elevar el ingreso de los mexicanos y, sobre todo, crear los empleos que tanta falta nos hacen”.
Desde luego que incumplió todos los “compromisos de gobierno” por él reseñados, y seis años después su administración brilla por la inseguridad creciente, el peor resultado económico (1.8 por ciento como tasa anual promedio) desde tiempos de Miguel de la Madrid (1982-1988) y el sostenido incremento de la pobreza, tanto que el inventario oficial de depauperados resulta 160 por ciento superior al registrado al concluir la administración zedillista. Allá por noviembre de 2006, una vez hecho público que sería el secretario de Hacienda del calderonato, Agustín Carstens resumió el problema así: “México necesita estimular el crecimiento económico y abatir la pobreza. Son dos aspectos que no pueden verse por separado. De hecho, si no resolvemos esos dos problemas de manera simultánea podemos movernos en dirección contraria, en el sentido de que tendríamos mayor pobreza y sería más difícil crecer hacia delante”. Y lo lograron, pero en el último de los rumbos señalados.
Con inseguridad galopante, exigua generación de empleo formal (sólo uno de cada cuatro mexicanos pudo colarse al sector real de la economía) y su creciente precarización, más que obvio resultaba que la pobreza avanzaría a paso veloz. Y en este sentido Felipe Calderón logró que el número de pobres en el país se incrementara (cifras oficiales, de tal suerte que en los hechos el balance puede resultar aún peor) en 15 millones de personas en sólo seis años: 6 millones en el primer bienio de estancia en Los Pinos (2006-2008), es decir, cuando oficialmente no había crisis; 6 millones adicionales en el segundo, cuando sí había crisis (2008-2010, léase cuando oficialmente se reconoció su existencia), y alrededor de 3 millones en el tercero, es decir, en pleno “despegue económico” del “navío de gran calado”.
Así, la fábrica calderonista de pobres dio pingües resultados: produjo 6 mil 850 de ellos por cada día de estancia en Los Pinos, o si se prefiere, ya en términos masoquistas, casi cinco pobres por minuto. Así, ¿puede una economía como la mexicana ser catalogada de sólida y vigorosa con la generación de 15 millones adicionales de pobres en sólo seis años? ¿Puede afirmarse y celebrarse, como ha hecho Felipe Calderón, que “vamos por el camino correcto”? Vergüenza debería darle: en campaña prometió alrededor de 6 millones de empleos en el sexenio, pero el resultado concreto ha sido 15 millones adicionales de pobres.
Sobre esta delicada realidad, ayer el director del Centro de Investigación en Economías y Negocios del Tecnológico de Monterrey, campus estado de México, José Luis de la Cruz Gallegos, advirtió que “el gobierno de Felipe Calderón dejará como herencia 15 millones de pobres por ingreso adicionales a los que había cuando inició su sexenio. Aunque México muestra signos de crecimiento económico y también en la generación de empleos, esto no se traduce en una reducción de la pobreza y mejores salarios; así, al cierre de 2012 se contabilizarán 60 millones de pobres por ingreso, contra 45 millones en 2006. Estamos en una inercia de pobreza. El empleo ya no garantiza salir de la pobreza, y si se considera que la población más pobre destina el 50 por ciento de sus ingresos a comprar alimentos, tener salarios bajos limita su capacidad de compra. Y los precios de los alimentos se han encarecido hasta en 50 por ciento en este gobierno, en contraste con la inflación general de 4 por ciento en promedio anual. Abatir la pobreza y solucionar la precarización del empleo en México son aspectos que con urgencia deben atenderse, y estos tienen que ser elementos clave dentro de las plataformas políticas de los candidatos a la presidencia de la República” (La Jornada, Susana González).
Pues bien, miles y miles de millones de pesos (recursos públicos todos ellos) oficialmente canalizados durante el sexenio calderonista al combate de la pobreza, para que ésta registre un sostenido cuan aterrador incremento. Al concluir el sexenio de Ernesto Zedillo, el efecto concreto de las políticas públicas puestas en marcha por este personaje (que en su campaña electoral prometió “bienestar para la familia”) sumaron 5.6 millones de pobres patrimoniales al inventario de depauperados. “Fue la crisis”, justificó el gobierno zedillista, con todo y que él mismo aseguraba que la sacudida fue “total y rápidamente superada”.
Con Calderón la cifra todavía es peor: 12.2 millones adicionales de pobres entre diciembre de 2006 e igual mes de 2010; se estima que esta última fecha y el cierre de 2012 se agregarán 2.5 millones, cuando menos, para un balance sexenal cercano a 15 millones y un saldo histórico de 60 millones, contra 45 millones al cierre del sexenio zedillista. Y desde Los Pinos insisten en que la crisis “se acabó”. Entonces, ¿en serio “vamos por el camino correcto”?
Las rebanadas del pastel
El tiempo pasa, se registra retraso sobre retraso, y no hay autoridad que ponga orden en el caso de Mexicana de Aviación. De hecho, ella misma, comenzando por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, a cargo –se supone– de Dionisio Pérez Jácome (¿actúa solo o sigue línea de Los Pinos?), es la primera en provocar la anarquía. ¿Compromisos adquiridos con Aeroméxico, Interjet y Volaris? Mientras, 8 mil 500 trabajadores se mantienen en la inopia financiera y en el desamparo laboral.
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Cartones Internacionales.