El fallecimiento de Miguel de la Madrid Hurtado, presidente de México entre 1982 y 1988, remite a un periodo decisivo de la historia reciente del país: el del asalto al poder por los tecnócratas formados en universidades estadunidenses, el principio del fin del modelo de economía mixta y los inicios de la instauración del neoliberalismo económico, aplicado ya de manera abierta y con las consecuencias por todos conocidas por las administraciones de Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón. Como ha de recordarse, De la Madrid, nacido en Colima en 1935, llegó a la jefatura de Estado en una situación caracterizada por la crisis económica que estalló a fines del sexenio de su antecesor, José López Portillo, por el desgaste político que éste causó a la Presidencia y por el agotamiento de lo que se llamó el desarrollo estabilizador. Para mayor infortunio, a la mitad del sexenio delamadridista (19 de septiembre de 1985) ocurrió el terremoto que devastó buena parte de la ciudad de México y muchas otras localidades del centro del país, el cual exhibió a una autoridad paralizada, incapaz de responder en forma eficiente ante la emergencia y lastrada por la corrupción, la torpeza y el burocratismo. El entorno internacional tampoco fue propicio para México en esos años, ni en lo económico ni en lo político: a la administración de De la Madrid le tocó una de las mayores caídas en las cotizaciones internacionales del petróleo; para colmo, el sexenio 1982-1988 empezó y terminó con el telón de fondo de la presencia siniestra y agresiva de Ronald Reagan en la Casa Blanca (1980-1988), quien llevó la guerra fría hasta grados de paroxismo y paranoia nuclear, emprendió en Centroamérica una política de respaldo activo y beligerante a las dictaduras genocidas de Guatemala y El Salvador y mantuvo un acoso bélico constante contra el régimen sandinista en Nicaragua. En ese difícil entorno regional, el gobierno mexicano hubo de echar mano de todos sus recursos para constituirse en factor de paz y distensión en la zona, por medio de la integración del Grupo Contadora, el cual hizo un efectivo contrapeso al belicismo estadunidense. La presidencia de Reagan cometió también atropellos directos contra la soberanía mexicana, como fue el caso del secuestro y traslado clandestino a territorio estadunidense de ciudadanos mexicanos a los que el país vecino consideraba sospechosos de participar en el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena (febrero de 1985). En el contexto de esas adversidades internas y externas, y con una hiperinflación que persistió durante todo su sexenio, De la Madrid inició el desmantelamiento del sector público, emprendió una política antinflacionaria basada primordialmente en la congelación de los salarios, adhirió al país al Acuerdo general sobre Aranceles y Comercio (predecesor de la Organización Mundial de Comercio), con lo que se inició la apertura de los mercados nacionales; privatizó parcialmente la banca, nacionalizada a fines del sexenio anterior, y priorizó los pagos puntuales de la agobiante deuda externa sobre cualquier otra consideración económica, política o social. La orientación de la política económica provino de la Secretaría de Programación y Presupuesto, que durante casi todo el sexenio ocupó Salinas de Gortari. En contraste con la aplicación de los llamados “ajustes estructurales” que distorsionaron en forma irreparable el régimen de economía mixta, en lo político la administración delamadridista mantuvo intacto el carácter autoritario y antidemocrático del régimen. En 1987, tras la imposición de Carlos Salinas de Gortari como candidato presidencial, el PRI sufrió la escisión de la llamada Corriente Democrática, que derivaría al año siguiente en la integración de un frente común con las izquierdas tradicionales para la postulación de Cuauhtémoc Cárdenas, que culminó con lo que para muchos fue la primera derrota del PRI en una elección presidencial, el 6 de julio de 1988. Aquellos comicios estuvieron marcados por la grosera intromisión del gobierno federal en favor de su candidato y por innumerables irregularidades cometidas desde el poder público el día de la elección. Por ello, sobre la presidencia de Salinas recae la sospecha histórica del fraude y de la ilegitimidad. Años después De la Madrid reconocería, a cámara, que el PRI “perdió la elección”, y en 2009 intentó tomar distancia de su delfín y sucesor, a quien acusó de robarse la partida secreta presidencial, y a su hermano Raúl, de tener vínculos con el narcotráfico. Fueron, en ambos casos, gestos tardíos e inútiles, seguidos por humillantes retractaciones, las cuales no lograron desmarcar a De la Madrid del inicio de uno de los periodos más oscuros y trágicos de la historia de México: el ciclo neoliberal.
Cartones Internacionales.