Arnaldo Cordova (La Jornada)
No es ninguna exageración: el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) se ha convertido en un obstáculo para la política general del Estado en México, en muchas materias que tienen que ver directamente con la gobernabilidad del país y, por supuesto, con el éxito que las acciones de gobierno deben tener. Una organización que sólo en cuotas de sus afiliados recibe más de tres mil millones de pesos es, sin lugar a dudas, una potencia en todos los ámbitos. Ningún partido político, con todo y el enorme presupuesto dedicado a su mantenimiento, dispone de medios semejantes.
Para empezar, el SNTE es un factor sin el cual la política educativa del Estado no podría llevarse a cabo. Desde hace mucho tiempo se encuentra aposentado en las estructuras de poder de la Secretaría de Educación Pública (SEP) y desde ese sitial decide, la mayoría de las veces, los derroteros que dicha política debe seguir. Muchos de los funcionarios de esa secretaría son miembros o personeros del sindicato y, cada uno en su ramo, decide por sí lo que en él se hace dejando, muchas veces, a los titulares de la secretaría como meros espectadores impotentes de muy diversas y cruciales decisiones en la política educativa.
Es un hecho que esa agrupación corporativa de poder se encuentra adueñada de una de las principales funciones del Estado nacional y que es la que tiene que ver con la impartición de la educación pública en México.
Es bien sabido, además, que el SNTE controla otros órganos del poder del Estado que nada tienen que ver con la función educativa. A la hora de los repartos de poder, el SNTE y su dirección plutocrática siempre encuentran el modo de colocar a los suyos, sea en un organismo como la Lotería Nacional, sea en el ISSSTE, como una forma clara de cedimiento del poder del Estado. Y no sólo. Varios estados llegan fácilmente a ser gobernados por miembros del gremio o sus allegados como resultado del enorme peso político que el sindicato acumula en el escenario nacional.
Hay que recordar, a propósito de este fenómeno, que uno de los puntales teóricos de la soberanía del Estado radica en que ningún poder particular o privado puede prevalecer sobre el mismo. Es un principio rígido pero, como todos los principios, cuando se les ve en la realidad, aparecen mediados por muchas circunstancias y acuerdos que los vuelven diferentes de cómo se les planteaba en la teoría. Pero es un hecho que cuando el Estado cede su hegemonía sobre el gobierno de la sociedad, trátese del asunto de que se trate, el Estado se ve disminuido y limitado, de modo que su soberanía sufre excepciones que la vuelven imposible.
En las relaciones del SNTE con el Estado mexicano, aparecen claramente deformaciones y contrastes que nos dicen que el Estado ha claudicado en sus funciones frente a un poder particular, corporativo, y que éste ha acabado sustituyéndose al Estado soberano en sus funciones.
Un Estado que cede su soberanía, por entero o por partes, a los poderes privados es un Estado que renuncia a gobernar a la sociedad. Los poderes privados son incapaces de actuar en el nombre de intereses generales o del bienestar de la sociedad en su conjunto. Para eso se inventó el Estado. Cuando un grupo así se sustituye al Estado actúa de acuerdo con sus intereses y en desmedro de los intereses generales. Por ello mismo los privados deben ser mantenidos en su propia esfera y evitar que usurpen las funciones del Estado. El SNTE es incapaz de actuar de acuerdo con una política general de beneficio a la sociedad. Sus intereses son privados y contrarios a los intereses del Estado y de la sociedad.
¿Cómo fue que llegamos a una situación como ésta? Desde luego que el SNTE no es una excepción. Muchos otros sindicatos, como el de petroleros, electricistas, empleados del Estado y muchos más también ejercen su dominio sobre funciones que son claramente estatales. Pero en el caso de éstos encontramos siempre relaciones en las que median otros actores y, a final de cuentas, se someten a los designios estatales. En el caso del SNTE hay una tendencia a enrocarse en las posiciones políticas ganadas para defender sus privilegios de casta y, llegado al caso, incluso para confrontar al Estado.
Su liderazgo ha llegado a adquirir un grado tal de autonomía que le permite lo que en otros casos sería una anomalía: actuar, por ejemplo, de modo independiente respecto del Estado y de la misma SEP; pasar de un color partidista a otro (del PRI, como tradicionalmente lo fue hasta que su lideresa fue obligada a abandonar sus filas, al PAN o, incluso, a la formación de un partido propio, Nueva Alianza, al que no duda en torpedear cuando se vislumbra en el horizonte una nueva oportunidad política, como ocurrió en las pasadas elecciones); establecer alianzas particulares que los agremiados de ninguna manera controlan y a veces ni sospechan.
Todo mundo sabe de la enorme eficacia que los activistas del sindicato suelen mostrar en los procesos electorales. Eso les permite ofrecerse como moneda de cambio siempre al mejor postor. Muchos de esos activistas trabajaron no por su candidato, sino por Enrique Peña Nieto, con el cual está en veremos el tipo de relaciones que se tendrán durante su gobierno. Con un millón y cuarto de afiliados, el SNTE cuenta con 22 mil 353 personas que, según denuncia de Mexicanos Primero, organización patronal acérrima enemiga suya, cobran como maestros o directivos escolares y trabajan para el sindicato (lo mejor sería decir, para su núcleo directivo, liderado por Elba Esther Gordillo).
Todo el que haya tenido el hígado necesario para escuchar o leer la versión estenográfica del discurso de la Gordillo en el reciente Congreso de Playa del Carmen habrá podido advertir el espíritu de fortaleza sitiada que prevalece en el SNTE. Ello fue notorio después de la ruptura con el PRI. El PAN en el gobierno lo trató como un simple aliado de paso sin que llegaran muy lejos los compromisos contraídos. Ha logrado neutralizar las masivas acciones en su contra de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) cediéndole aquí y allá posiciones que siempre le disputa pero que, en el fondo, deja en manos de sus adversarios para evitar que su oposición se extienda.
Con el PAN no debe haber mucho más que el SNTE pueda esperar. Por lo que puede verse, los compromisos se agotaron con la salida de los panistas del gobierno y la Gordillo reclamó en su discurso que de su parte hubo cabal cumplimiento. La preocupación ahora debe estar centrada en las relaciones que habrán de establecerse con el entrante gobierno priísta y muy pocos deben ser los enterados de los acuerdos que ya se hayan logrado, si es que los ha habido.
Gordillo se sintió en la necesidad de advertirle al que anda por Europa que “nosotros vamos a construir nuestras opciones educativas (…) esperamos la de él, la analizaremos con respeto, con espíritu solidario, con ánimo de contribuir a un buen gobierno y ahí estaremos”. Se parece a una oferta, pero también a una autodefensa. Ya veremos de qué cuero salen más correas.