Carlos Fernández-Vega (La Jornada)
Ahora que el inquilino de Los Pinos anuncia el relanzamiento de la banca de desarrollo –propiedad del Estado mexicano– es justo calificar de verdadero milagro que las instituciones que la conforman hayan sobrevivido cuatro arteros gobiernos –especialmente los panistas– que no cejaron en su empeño de acabar con ella, sobre todo con el Banco Nacional de Comercio Exterior (Bancomext).
Justo al arranque del nuevo gobierno, en este espacio comentamos que hostigada, despojada y ninguneada a lo largo de cuatro sexenios al hilo, pero con especial agresividad durante la docena trágica blanquiazul, la banca del Estado mexicano recibiría un tanque de oxígeno con la llegada de la nueva administración, luego de que a duras penas soportó la feroz arremetida del propio gobierno federal, es decir, del mismo que legalmente es responsable de fortalecerla y promoverla para impulsar el crecimiento económico y el desarrollo nacionales.
Recordamos que del sexenio de la solidaridad hasta aquel que a los mexicanos prometió vivir mejor (pero con especial sadismo por parte de Fox y Calderón), la banca de desarrollo vivió los peores momentos de su existencia y el mayor de los ataques, pues desde Los Pinos fue despojada y se le ordenó ponerse al servicio del capital financiero y salvaguardar –mediante rescates y salvamentos– los intereses de los barones mexicanos. Cuatro gobiernos consecutivos transformaron la banca de desarrollo en simple agente del gran capital y en resumidero de negocios igual de privados que de fallidos, a costillas del erario.
A mediados de 2004, el entonces inquilino de Los Pinos, Vicente Fox, anunció el proceso de reinvención total de la banca de desarrollo en México, que no fue otra cosa más que fusionar Bancomext a Nacional Financiera, y para lograrlo le entregó la batuta a uno de los cachorros del gran capital de Monterrey, Mario Laborín. Llegó Calderón y siguió con eso de la reinvención, y decidió que Héctor Rangel Domene, otro banquero al servicio de los barones regios, era el indicado para enterrar la institución.
Fox, Calderón, Francisco Gil Díaz, Agustín Carstens, Ernesto Cordero y los citados Laborín y Rangel Domene muy cerca estuvieron de cumplir con su cometido. En el caso del Bancomext, por ejemplo, en 2008 y 2009, por instrucciones de Los Pinos, sus famélicas arcas fueron utilizadas para atender las urgencias financieras de los grandes corporativos nacionales (Vitro, Cemex y Comercial Mexicana, entre otros) y para justificar tal acción el gobierno federal la disfrazó de “programa de apoyo a Pymes. Poco más adelante destinó alrededor de mil millones de pesos para financiar a Gastón Azcárraga en su depredación de Mexicana de Aviación.
En tiempos de Salinas y de Zedillo, el Bancomext salvó y rescató a un buen número de empresas de los amigos del régimen: constructoras como Gutsa, de Juan Diego Gutiérrez Cortina –el de la E$tela de Luz–, concesionarios de carreteras, tiendas de autoservicio, telefónicas, líneas aéreas y muchas más, práctica que continuó con Fox y Calderón. Por si fuera poco, le redujeron el personal a su mínima expresión, cerraron oficinas fuera del país y como un intento de puntilla en el calderonato se creó Proméxico, un enorme elefante blanco.
La arremetida contra Bancomext –para seguir con el ejemplo– se tradujo en lo siguiente: de 1994 a 2010 el crédito otorgado por esta institución se desplomó 60 por ciento, y la plantilla de personal 42 por ciento. En el sexenio foxista se aplicaron cuatro recortes, se cerraron consejerías, módulos comerciales y centros de operación, debilitándose el capital humano y la infraestructura de apoyo integral a la cadena producción-exportación.
Eso y muchísimo más hicieron cuatro administraciones al hilo en contra de la banca de desarrollo, con el fin de fortalecer a la gran banca trasnacional que opera en el país, la cual se ha convertido en un jugosísimo negocio para los pocos que la controlan, pero ni de lejos ha respondido a las necesidades económicas y sociales del país. De hecho, ayer el Banco de México reconoció que el crédito que otorga la banca comercial al campo se redujo a la mitad en poco más de una década y el canalizado al sector industrial anda por el suelo, mientras el destinado al consumo se multiplicó por seis (La Jornada, Roberto González Amador). Lo anterior, desde luego, apenas es una muestra del profundo daño provocado a la banca de desarrollo por el propio gobierno federal en los últimos cuatro sexenios.
Aun así, que sirva de ayuda de memoria al anuncio hecho ayer por el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, de que dichas instituciones contarán con un nuevo marco normativo. Dijo el susodicho: “La banca de Estado parte de una convicción de política pública, en la que se reconoce que el mercado de crédito privado, el que otorga la banca comercial, el mercado bursátil, por sí mismo no es suficiente para lograr los objetivos de desarrollo y de otorgamiento de crédito en una economía como la mexicana.
En una economía donde la penetración financiera sigue siendo baja, donde el saldo del crédito al sector privado como porcentaje del PIB es uno de los más bajos de América Latina, la banca de desarrollo tiene un papel que jugar. Debe ser un instrumento de innovación, una banca creativa, que trabaje con los intermediarios del sector privado, que abra mercados donde no los hay, que induzca la competencia y colabore con los intermediarios financieros de todo tipo, para lograr el objetivo fundamental: que el crédito se convierta en un instrumento accesible, barato, que potencie el desarrollo, o lo que es lo mismo que cumpla con la ley que le dio vida a esa banca de desarrollo.
Las rebanadas del pastel
De la lectoría sobre Grupo Modelo en Zacatecas: Su planta se instaló en época del gobernador Genaro Borrego. Por el consumo del corporativo los pozos agrícolas de Calera abatieron su nivel de mantos freáticos, y el resto de la zona se encuentra vedada para usos agrícolas. Los campesinos o pequeños propietarios no pueden abrir ningún pozo más, y los que tenían quedaron prácticamente fuera de servicio. Se expropiaron tierras ejidales para instalar allí la planta (que acaparó el agua). ¿Qué se pagó por ello y qué se vende efectivamente ahora? El agua como materia prima y la cebada, que también se obtiene en la zona. El mismo despojo se hizo de la tierra con las concesiones mineras, entre ellas las afectas a la explotación del oro (Gilberto Herrera Medina, patronhm@yahoo.com.mx).
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