La involucion presidencial de Mêxico.

jueves, 20 de marzo de 2014

Privatizar y Prometer.


























Carlos Fernández-Vega (La Jornada)


En lo que abierta y oficialmente debió registrar como el primer acto conmemorativo de la apropiación petrolera (monero Hernández dixit), y no, de forma vergonzante, como el número 76 de la expropiación cardenista, el inquilino de Los Pinos y socios que lo acompañaron en Cosoleacaque se limitaron a repetir los lugares comunes con los que el aparato propagandístico bombardea a los mexicanos desde cuando menos agosto del año pasado, cuando fue presentada la reforma energética.

En su cuento de la lechera, versión energética, Enrique Peña Nieto dice que no haya dudas, pues con la reforma el Estado mexicano es y seguirá siendo el único dueño de las reservas petroleras, la renta petrolera y de Pemex; que con ella se alientan nuevas posibilidades de crecimiento; que la (aún) paraestatal registra inversiones históricas; que libera a Pemex de frenos y ataduras burocráticas que impedían su desarrollo (sobre el factor corrupción no dijo nada, y a su lado estaba Carlos Romero Deschamps, digno representante de tan poderosa señora); que permite una combinación poderosa para atraer inversiones y crear los empleos que el país necesita; que procura mayores recursos tecnológicos sin deuda y sin poner en riesgo sus finanzas públicas y que, en fin, el paraíso se queda chiquito si se compara con el bienestar a manos llenas que conlleva.

El problema, de entrada, es que por muchas ganas que le ponga al discurso, ese mismo paquete de ofertas se ha escuchado a lo largo de las últimas tres décadas, y se ha repetido en cada privatización (y no son pocas) que ha concretado el gobierno gerencial en sus seis presentaciones (de MMH a EPN), y los resultados, como el amor, no se pueden ocultar: crecimiento raquítico, economía estancada, salarios de hambre, escaso empleo formal, creciente informalidad, 61 millones de pobres, corrupción galopante, concentración de la actividad económica, monopolios públicos que se transforman en monopolios privados, etcétera, etcétera.

¿Por qué tendría que ser distinto ahora, si los genios privatizadores son los mismos de siempre, e iguales la intención y los destinatarios? ¿Porque lo dice Peña Nieto? No alcanza el personaje, comenzando por aquello de que el Estado mexicano es y seguirá siendo el único dueño de las reservas petroleras, la renta petrolera y de Pemex. Si fue chiste, pues resultó muy malo, y si fue promesa, pues el mejor ejemplo lo aporta la minería, donde oficialmente las reservas, la renta y las instituciones reguladoras son del Estado, pero en los hechos son de y están controladas por los barones del sector. Y de la riqueza minera el Estado no recibe ni las migajas.

¿Cuántas veces no se escuchó decir al inquilino en turno de Los Pinos aquello del crecimiento económico y la competencia? Pues allí está otro ejemplo, el de la banca: desde su privatización y posterior extranjerización, este sector en prácticamente nada ha contribuido al crecimiento y el otorgamiento de crédito a los sectores productivos es mucho menos ahora que dos décadas atrás, pero sí se ha hinchado de utilidades a costillas de sus exprimidos usuarios, amén de que los mexicanos todos siguen pagando por un multimillonario cuan desproporcionado rescate que en nada les ha beneficiado. Y de competencia cero, porque a estas alturas la concentración sectorial es mucho mayor que la registrada hace 20 años.

Los mismos promotores de la reforma se contradicen cuando hablan de su aportación al crecimiento económico: unos dicen que será de un punto porcentual, otros que dos, pero lo cierto es que aún si se concreta el segundo de los cálculos citados, su contribución no alcanzaría para comenzar a sacar al buey de la barranca, y en el mejor de los casos, sólo en el mejor, la economía crecería 4 por ciento anual, cuando mínimo se requiere 6 por ciento sostenido. ¿De dónde, entonces, saldrá el dinero para que el cuento de la lechera, versión energética, se lleve al terreno de los hechos? Lo anterior sin considerar el enorme agujero que se abrirá en las finanzas públicas como resultado del cambio de régimen tributario a Pemex y el reparto del pastel entre empresas privadas, nacionales y foráneas, exitosísimas en eso de evadir y eludir al fisco.

En 30 años de privatizaciones la generación de empleo formal lejos de incrementarse (promesa gubernamental en cada cesión de la riqueza nacional) se ha reducido sustancialmente (lo primero que hacen las empresas privadas es recortar personal para maximizar utilidades) y el déficit de plazas en el sector formal de la economía se aproxima a 7 millones, mientras la informalidad crece a paso veloz y la paisanada se incrementa allende nuestras fronteras. Lo anterior, desde luego, sin considerar los salarios de hambre, las decrecientes prestaciones y la creciente precarización laboral. 

Y en cada una de las privatizaciones también se prometió equidad, bienestar a manos llenas y reparto equitativo de la riqueza y el ingreso. Ejemplos hay muchos, pero el reciente informe de la OCDE (a la que México ingresó en 1994) condensa el resultado en este renglón: México se convirtió en el país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos en el que un mayor número de sus habitantes carece de los suficientes recursos económicos para comprar los alimentos mínimos necesarios para alimentarse. Al menos 38.3 de cada 100 personas en el país (casi 4 de cada 10) no disponen de suficiente dinero para comprar comida. El porcentaje de los mexicanos que carecen de suficiente dinero para comprar comida es más del doble del promedio de la OCDE, que se situó en 13.2 por ciento, o 13 de cada 100. México también ostenta el primer lugar como el país en el que existe la mayor brecha entre pobres y ricos, entre los que forman parte del organismo (La Jornada, Roberto González amador).

Y en la tienda de enfrente, los 10 mexicanos más acaudalados, con intereses que cruzan de la industria de telecomunicaciones a la minería y el comercio, concentran una fortuna de 132 mil 900 millones de dólares, cantidad que equivale a 16 por ciento del producto interno bruto mexicano, de acuerdo con datos de la revista estadunidense Forbes (ídem).

Entonces, que no haya dudas (Peña Nieto dixit), pues queda claro cuál es el objetivo de la reforma energética y quiénes sus beneficiarios.


Las rebanadas del pastel En San Lázaro los representantes populares consumaron el atraco propuesto por el inquilino de Los Pinos: serán los trabajadores quienes financien el seguro de desempleo, a costa de su derecho a la vivienda. Al paso que van, los que no tienen chamba estarán obligados a financiar su propio seguro de desempleo.


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