Urgido de que la Cámara de Senadores ratifique, a la de ya, el tratado de libre comercio México-Perú negociado con Alan García (antes de que Ollanta Humala se convierta, el próximo viernes, en el nuevo mandatario de aquella nación sudamericana), el gobierno calderonista asegura que con ese acuerdo se “protegerían los 10 mil millones de dólares de las empresas mexicanas que han invertido en ese país… y el beneficio será para México”, de acuerdo con el siempre atinado Bruno Ferrari, secretario de Economía, es decir, el mismo al que le disgusta que los mexicanos tengan esa vocación de pensar que las cosas están mal, cuando en realidad deberíamos ver que están bien”.
Así, dicho tan rápido, parecería que cientos, tal vez miles de empresas mexicanas han invertido en Perú para beneficiar a su país de origen y siempre con la intención de apoyar a terceras naciones, especialmente si pertenecen al ámbito latinoamericano, y que, en efecto, ese es el objetivo del nuevo tratado, que, dicho sea de paso, el Senado, hasta ahora, se niega a ratificar. Qué alegría, qué gusto, pero lo cierto es que lo menos interesante para el gobierno calderonista es aquello de la hermandad entre los pueblos y el abrazo fraterno entre mexicanos y peruanos. Y es así por una sencilla razón: como gerente del gran capital (y lo ha demostrado hasta el exceso), al inquilino de Los Pinos lo que realmente lo motiva es que los 10 mil millones de dólares en inversiones que citó Ferrari pertenecen a los barones mexicanos de siempre, esto es, a los magnates Forbes (el 15 por ciento del PIB mexicano, que es muy generoso a la hora de financiar campañas políticas) y a uno que otro que no está lejos de serlo, a quienes ya no les resulta suficiente el saqueo interno, y por ello ahora practican ese deporte fuera de sus fronteras, con excelentes resultados.
Se trata de “proteger” 10 mil millones de dólares en “inversiones mexicanas” (así, en genérico), dice el secretario de Economía. Pues bien, ¿a quiénes pertenecen esos dineros? En primerísimo lugar aparece Germán Larrea y su Grupo México (el de Pasta de Conchos), a quien le fascina acariciar a sus caballos pura sangre y explotar a los mineros hasta sangrarlos, aquí y allá, todo al mismo tiempo. En Perú es dueño del consorcio Southern Cooper, del que obtiene jugosísimas utilidades (casi 9 mil millones de dólares en el último quinquenio), no así sus trabajadores, pues un grupo de ellos declaró la huelga para que la empresa desaloje una de las áreas mineras que controla. No es gratuito que ese proyecto de Larrea en territorio peruano se llame Chinchinga.
Por una mera casualidad, entre las inversiones a “proteger” (Ferrari dixit) aparece Carlos Slim, con Telmex; América Móvil y su marca regional Claro (servicios de telefonía fija y celular, televisión e Internet); Lorenzo Zambrano, con Cementos Mexicanos (Cemex); Grupo Ingenieros Civiles y Asociados (ICA); Ricardo Salinas Pliego, con Elektra y Banco Azteca; la siempre pía familia Servitje, con Bimbo; Alberto Bailleres, con Peñoles; Aeroméxico, Grupo Zaragosa (Zeta Gas Andino), Mabe y Omnilife, del oscuro empresario chiva Jorge Vergara, entre otras.
Esos son, prácticamente, los dueños de los 10 mil millones de dólares que “empresas mexicanas” han invertido en Perú, para “beneficio de México”, según Ferrari. Entonces, consúltense los nombres de empresas y empresarios beneficiados con los interminables “rescates”, “salvamentos”, “préstamos contingentes”, “ayudas momentáneas” y demás “auxilios” que, con recursos del erario y en esta “democracia de, por y para los empresarios” (Fox dixit), el gobierno mexicano ha practicado a lo largo de las últimas tres décadas, y en todos ellos aparecen los mismos personajes que ahora pretenden “proteger” con el tratado de libre comercio con Perú, el cual urge el calderonato ratificar, porque no vaya ser la de malas que Humala le haga el fuchi.
Nada mal le ha ido a la economía peruana en el último trienio, con una tasa anual promedio de 6.5 por ciento, que mantendría hasta 2012, cuando menos. En la sacudida de 2009, reportó una tasa positiva de 0.9 por ciento, y en 2010 de 8.8 por ciento (sólo superada por la paraguaya y la argentina). En eso de los acuerdos comerciales, esta nación sudamericana ha estado muy activa: el 1 de marzo de 2010 entró en vigor el tratado de libre comercio con China, y en julio del mismo año el de libre comercio con la Asociación Europea. Un año después suscribió un tratado de libre comercio con la República de Corea, y en abril la Unión Europea firmó un tratado de libre comercio con Perú y Colombia que entrará en vigor durante 2012. También en abril se dieron por concluidas las negociaciones del Acuerdo de integración comercial entre México y el Perú, y para el mismo fin mantiene negociaciones con Japón.
De acuerdo con la Cepal, en 2010 la economía peruana creció 8.8 por ciento, estimulada por el gran aumento de la demanda interna, tanto de consumo como de inversión, y por un proceso de recuperación de inventarios, en un contexto de una baja inflación, reducción del déficit fiscal y de la cuenta corriente de la balanza de pagos. Para 2011 la estimación de crecimiento se sitúa en torno a 7.1 por ciento, impulsado por la demanda interna y un mayor crecimiento de las exportaciones. La expansión de la inversión estaría impulsada por proyectos en el sector de la minería y los hidrocarburos, la infraestructura vial, portuaria y de aeropuertos, y la infraestructura energética (centrales hidroeléctricas, generación y líneas de transmisión, y centrales eólicas).
En 2010 la tasa de desempleo promedio se situó en 7.9 por ciento, contra 8.4 en 2009. Los ingresos medios por trabajo se mantuvieron en niveles similares a los registrados en 2009. El empleo urbano en empresas de más de 10 trabajadores aumentó 4.2, estimulado por el mayor número de plazas generadas por empresas de 50 y más trabajadores y por el empleo en el sector comercio. En el primer cuatrimestre de 2011 los ingresos mensuales promedio registraron alza de 6.9 por ciento, en relación con igual periodo de 2010.
Las rebanadas del pastel
Blanca Nieves tenía siete enanitos, pero ahora sólo le quedan cinco. Ya se retiró el desplumado gallito Loinsano; lo propio hizo Heriberto Félix Guerra, el sutil funcionario que califica de esquesofrénicos a los ninis por “echarle la culpa a los demás”. ¿Quién será el siguiente? Resultados en mano, ¿con qué cara se quedan los demás? Lo inteligente sería que lo cinco enanitos restantes, más Blanca Nieves, se fueran a contar fábulas entre ellos y dejaran de joder a los mexicanos. Pero como no hay inteligencia, se mantiene la carnicería.
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