Carlos Fernández-Vega (La Jornada)
Con los casi dos minutos de aplausos que el pasado lunes 3 brindaron a Felipe Calderón, quienes fueron convocados al faraónico show de cierre sexenal no sólo dieron por buenos los inagotables logros, avances y éxitos narrados por el susodicho, sino que le pusieron la cereza al pastel del calderonato al convalidar lo que el inquilino de Los Pinos resumió en una frase: México ha cambiado, y ha cambiado para bien, no sin antes subrayar que durante su estadía en la residencia oficial se crearon inigualables condiciones de bienestar para los mexicanos, envidia de los noruegos.
Pero no sólo los directamente convocados. Para reseñar el citado show, la mayoría de los medios de comunicación tomó una zalamera declaración política de Calderón (apoyemos al Presidente electo en lo esencial), que le permitió quedar bien con los que se van y con los que llegan, y con ello, una vez más, evadir su responsabilidad social de informar. Así, también dio por bueno el interminable inventario de éxitos del inquilino de Los Pinos, quien ya tiene listas las maletas para irse tan lejos como la mayoría de los mexicanos desea. Y colorín colorado, el show ha terminado.
Sin embargo, la realidad es otra cosa, tan drástica que hasta las propias cifras oficiales (todas ellas contenidas en el anexo estadístico del sexto informe de gobierno) desmienten el citado inventario de logros y el alegre discurso del pasado 3 de septiembre. De hecho, la Cámara de Diputados, por medio de su Centro de Estudios de las Finanzas Públicas (CEFP) realizó un ejercicio (tomando como base el anexo estadístico del sexto informe de gobierno y cotejándolo con los objetivos y metas del gobierno en turno), y entre sus principales conclusiones destaca la siguiente: queda claro que con Calderón en Los Pinos el nivel de bienestar social de la población tendió a deteriorarse, y para sustentar lo anterior presenta la siguiente numeralia en materia de desarrollo social:
La información disponible del Coneval hasta 2010 documenta que la población en pobreza alimentaria en lugar de reducirse en 30 por ciento, según la meta del programa sectorial, aumentó en 46 por ciento; el número de pobres en el país pasó de 44.7 millones al cierre de 2006 a 57.7 millones en 2010, es decir 30 por ciento más que al inicio del sexenio; el ingreso de los hogares cayó 14 por ciento en términos reales de 2006 a 2010, al tiempo que se deterioró gravemente la cohesión social, creciendo la desigualdad en el ingreso; el índice de Gini, que mide esta desigualdad, pasó de 0.45 a 0.51 (cuando el valor máximo de la desigualdad absoluta es 1.0); aumentó la población de 65 años y más viviendo en pobreza y en pobreza extrema, y lo mismo sucedió con la población hablante de lengua indígena.
Aunado a lo anterior, los indicadores de infraestructura sanitaria señalan que ésta permaneció constante y que la calidad en el servicio tendió a deteriorarse; la cobertura de vacunación con esquema completo en menores de un año disminuyó de 98 a 95 por ciento de 2007 a 2012; en igual periodo, el gasto público ejercido per cápita en salud aumentó (en términos reales) de 3 mil 300 a 3 mil 400 pesos, por lo que prácticamente se mantuvo constante, a pesar del aumento de recursos de que habla el informe; el número de consultorios se mantuvo constante en 0.7 por cada mil habitantes entre 2007 y 2011, lo que ocurrió a pesar del aumento en la infraestructura sanitaria señalada en el Informe; el número de camas censales por mil habitantes se mantuvo en 0.8, entre 2007 y 2011, inferior a la recomendación de la Organización Mundial de la Salud de una cama por cada mil habitantes; el número de enfermeras pasó de 2 a 2.3 por cada mil habitantes; el número de médicos pasó de 1.4 a 1.7 por cada mil habitantes, cifra inferior al promedio de los países de la OCDE, que es de 2.9.
Además, el tiempo de espera promedio para recibir consulta en el primer nivel de atención aumentó de 21.5 minutos en 2007 a 30.9 minutos en 2012; el porcentaje de recetas surtidas completamente, en el primer nivel de atención, pasó de 87.2 a 89 por ciento; es decir, se puede afirmar que la calidad de los servicios se mantuvo en el mismo nivel. Estos resultados contrastan con lo que en el sexto Informe se plantea como el mayor logro de la presente administración en materia de salud, la afiliación al Seguro Popular, programa con el que, se supone, prácticamente se alcanzó la cobertura universal. Sin embargo, el hecho de que la afiliación haya crecido mucho más que la infraestructura disponible para la atención de la población derechohabiente, pone en tela de juicio el logro de la cobertura universal en la atención de la salud. Debe reconocerse que la afiliación y el registro de la población a un servicio de salud no garantiza por sí mismo que se esté cumpliendo a cabalidad con el derecho a la salud.
El CEFP apunta: la esperanza de vida, que se pretendía aumentar, permaneció en los mismos niveles; la pobreza en el país aumentó a pesar del mayor gasto que se ejerció para su superación, incrementándose la desigualdad y deteriorando de manera grave la cohesión social; el nivel de escolaridad de la población se mantuvo dentro de los límites de la educación básica, quedando inclusive debajo de la modesta meta que se había planteado en el programa de educación; la calidad educativa, en el nivel de la educación secundaria, quedó muy lejos de las metas establecidas; la afiliación universal a los servicios de salud no implicó una efectiva mayor atención de salud; en suma, los resultados son claros: no hubo una mejora en las condiciones de vida de la población, menos aún en los sectores más desfavorecidos, a pesar de la enorme cantidad de acciones realizadas por el gobierno federal y la importante cantidad de recursos que se destinaron para tal fin, según consta en el sexto Informe de gobierno.
Las rebanadas del pastel
Una cerecita más en el pastel del calderonato: México es el único país miembro de la OCDE (integrada por 34 naciones) que registra más desempleo entre la población con mayor escolaridad; ocupa el último lugar (34 de 34) en expectativa de graduación en bachillerato, y el penúltimo en educación superior; tercer lugar en número de ninis, que suman ya 7 millones 248 mil; sólo uno por ciento de los mexicanos se gradúa de la educación media superior después de los 25 años; nuestro país ocupa la segunda posición en cuanto al gasto público total más bajo en todos los servicios, incluido educación, salud, etcétera. Entonces, ¿es en serio que México ha cambiado, y ha cambiado para bien?
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