José Antonio Rojas Nieto (La Jornada)
El panorama energético de nuestro país es delicado. ¿Cómo puede ser, si en el sexenio anterior las arcas públicas recibieron 375 mil millones de dólares de 2012 por concepto de derechos de extracción de hidrocarburos, excedentes petroleros? ¿Cómo explicarlo cuando –más aún– en los dos sexenios de gobiernos del PAN ingresaron 600 mil millones también de dólares de 2012 por esos excedentes petroleros? Estos ingresos fiscales de los gobiernos del partido azul corresponden –como bien me corrigieron mi error (de dedo, digo en descargo) algunos amables y comprensivos lectores– al 63 por ciento del total de excedentes petroleros recibidos del gobierno de López Portillo en adelante. Y sí, los gobiernos del PRI recibieron 37 por ciento restante.
¡Gran paradoja! ¡Industria petrolera débil, sostén financiero del Estado! ¡Y de una tasa fiscal del orden de 10 por ciento, una de las más bajas del mundo! Lo dice el Plan Nacional de Desarrollo. ¡Qué terrible! Por eso, es cierto que mi queridísimo amigo Gustavo Madero se equivoca en su propuesta de abrir todo a todos.
Y le digo: “de veras que sí, mi Gus…quienes desde hace más de 30 años han seguido las informaciones oficiales y los análisis de estudiosos del asunto energético de mucho respeto no pueden menos que asegurar que esa propuesta del PAN no sólo es inadecuada, sino regresiva. ¿Quién concentrará el poder que –pese a todo– proporciona un costo de producción del crudo todavía muy inferior al costo ‘marcador’ del mercado mundial? Esa propuesta ‘aperturista indiscriminada’ ni siquiera garantiza el fortalecimiento de la industria petrolera en nuestro país, como –según se asegura en el Plan Nacional de Desarrollo– lo desea el nuevo gobierno. Ah, y los partidos del pacto. Si tus asesores técnicos del PAN analizaran con cuidado, por ejemplo, el lamentable acontecimiento del derrame de petróleo en Macondo en el Golfo de México por la explosión de abril de 2010, incluido el juicio de Obama sobre el comportamiento de contratistas y reguladores –descubrirían un ‘cochinero’ (Obama dixit)– que en nada envidiaría al que denunciaste para el caso del manejo de fondos de desarrollo social en Veracruz”.
Bueno, pero lo único cierto es que el futuro de nuestra querida industria energética –petróleo y electricidad– es incierto. Golpeada por estructuras sindicales corporativas corruptas, por contratistas voraces y por una burocracia que muchas veces deambula y sobrevive sin compromisos de fondo con el sector, nuestra industria energética vive una de las más pobres etapas de su historia reciente, con una crisis financiera muy aguda.
En el caso de la petrolera, a más de la declinación casi crónica –con débil freno en los últimos dos años– de la producción de crudo, se vive una situación muy crítica en el abasto y disponibilidad de gas natural. Esta afecta drásticamente las actividades industriales, aunque no sólo. Y es que en una acción un tanto riesgosa –por decir lo menos– se impulsó la sustitución del gas licuado del petróleo por gas natural en el sector doméstico. La colonia Roma, por cierto y por ejemplo, ya está toda perforada. Y no hay gas natural. ¿Por qué riesgosa, entonces? Por la falta de garantía firme de la disponibilidad de este gas natural. Y, de nuevo, ¿por qué esa falta de garantía? Por un lado, por la raquítica evolución de las reservas y la producción interna de este hidrocarburo que, además, se enfrenta con la necesidad fiscal de reinyectar el gas para extraer el petróleo de los excedentes que van al fisco.
Pero también –y como expresión de un fracaso del aliento a la competencia en este sector– la falta de desarrollo de una red de gasoductos capaz de permitir –a pesar de la ambivalencia y los riesgos del hecho– acceder a importaciones complementarias de gas natural de nuestros vecinos. Y es que no obstante que en términos de los últimos 10 años Estados Unidos concentra 22 por ciento de la demanda mundial de gas natural cercana a 300 mil millones de pies cúbicos al día, pese a su consumo actual de 70 mil millones de pies cúbicos diarios, viven un auge de este combustible del cual han dispuesto ya no sólo en volúmenes crecientes (hay, por cierto, un debate sobre su duración, dado su origen en las lutitas), sino en precios inferiores a las cotizaciones internacionales: apenas cerca de tres dólares por unidad térmica británica en 2012 en el marcador de Henry Hub, en Luisiana (hoy cerca de cuatro dólares).
Mientras que, por ejemplo, en la región Asia Pacífico, con casi 20 por ciento de la demanda mundial –también en los últimos 10 años– y un consumo actual diario cercano a 60 mil millones de pies cúbicos, la cotización en 2012 fue del orden de 16 dólares por la misma unidad, considerando el marcador de referencia para Japón y Corea, el famoso JKM (Japan/Korea Marker).
Finalmente, y para sólo dar otro ejemplo más, en la mismísima Europa que consume 33 por ciento de la demanda mundial, actualmente cerca de 105 mil millones de pies cúbicos al día (la mitad para los países de la Unión Europea), la cotización de los centros importadores fue del orden de los ocho dólares, resultado de importaciones por ducto que rondan los 37 mil millones de pies cúbicos al día, de Rusia con 33 por ciento, Noruega con 27 por ciento y noreste de África (Argelia, Egipto y Libia, principalmente) con 15 por ciento. Pero también de gas natural licuado hasta por cerca de 7 mil millones de pies cúbicos al día, con proveedores diversos.
Así, las llamadas en nuestro país alertas críticas de gas nos han puesto de frente a esta situación mundial, acaso como ya hace varios años el creciente y acelerado (y regresivo, me permito añadir) consumo de gasolinas y diésel para el transporte de nuestro país nos puso de frente a nuestra carencia de petrolíferos refinados y la necesidad de importaciones de Estados Unidos. Sí, hoy importamos poco más de 500 mil barriles diarios de gasolinas y diésel, equivalentes a poco más de 40 por ciento de un consumo cercano al millón 200 mil barriles al día, con una factura de importación cercana a los 30 mil millones de dólares en 2012. Bueno, todo esto para decir que vivimos momentos muy pero muy delicados. Y que a propósito de la ya tan mencionada reforma energética es preciso –como bien dice el Evangelio– ser prudentes como las palomas y astutos como las serpientes. Al menos. De veras.
antoniorn@economia.unam.mx