Víctor M. Toledo (La Jornada)
De acuerdo con los organismos internacionales, en el mundo existen entre 925 millones (Programa Mundial de Alimentos, 2011) y mil 40 millones de personas (FAO, 2012), que padecen hambre. En los tiempos de la innovación tecnológica, los festejos de la investigación científica, y la expansión de los mercados, el hambre en el mundo existe y continúa agravándose. Ello ha sido a causa del alza en el precio de los alimentos, la especulación financiera, la monopolización del comercio de granos, y la desviación de enormes volúmenes de cereales para alimentar a las dos grandes deidades de la civilización moderna: las reses y los autos. Pero si uno de cada siete miembros de la especie sufre hambre ello se debe fundamentalmente a la estructura, inmoral, irracional y absurda, del mundo actual. Los verdaderos autores de esta tragedia son las oligarquías multinacionales y sus miles de mercenarios enclavados en gobiernos y empresas. el hambre es en el fondo un genocidio silencioso
Por ejemplo, los precios de los principales alimentos se fijan en la Bolsa de Materias Primas Agrícolas de Chicago (Chicago Commodity Stock Exchange). Seis empresas multinacionales del sector agroalimentario y de las finanzas controlan esa bolsa. Los precios fijados diariamente son casi siempre fruto de complicadas especulaciones en torno a contratos a plazos, pirámides de derivados y otras variables. El comercio mundial de granos es a su vez un monopolio bajo el control de una docena de corporaciones. Si se parte de la premisa anterior, el hambre se erradica de inmediato cuando se atacan sus causas estructurales, mediante actos elementales de justicia global. La ONU, por ejemplo, debería exigir a los países la implantación de impuestos especiales para salvar a los miembros más marginados de la especie humana: que graven las ganancias del 1% más rico. El 0.5 por ciento de los 40 mil millones de euros evadidos anualmente a los paraísos fiscales por la delincuencia financiera globalizada, bastaría para paliar el hambre en su totalidad. Otras regulaciones obligarían a los productores a generar alimentos para los humanos antes que para las reses o para combustibles para autos. La clave está en terminar con el dogma del libre mercado, el mismo que ha permitido una descomunal concentración de riquezas.
En vez de eso, el hambre se ha convertido en un nuevo affaire por medio del cual las elites que controlan al mundo logran montar nuevos espectáculos para aminorar sus telúricas culpas, al mismo tiempo que permiten expandir los negocios y aumentar las ganancias o los votos. Hoy los poderes fácticos generan plataformas para crear la ilusión de que se puede eliminar (siempre gradualmente) el hambre. Todo por la vía de un capitalismo redentor y humanitario; es decir, que convierte el tema del hambre en negocio. En este nuevo festín participan casi todos: organismos internacionales, corporaciones monopólicas de alimentos, agrícolas, biotecnológicas y comerciales, gobiernos de derecha, centro e izquierda, iglesias, instituciones de investigación científica, medios masivos de comunicación.
Los espectáculos se difunden y reproducen a escala global. Carlos Slim y Bill Gates son fotografiados, video grabados, televisados y entrevistados en el momento en que donan al Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo 25 millones de dólares. Sus diminutas limosnas dejan al desnudo su estatura moral. De acuerdo con Bloomberg, por ejemplo, Slim obtuvo ganancias sólo en 2012 por 15.6 mil millones de dólares (más de mil millones de dólares al mes). En el mismo tono aparecen la campaña para erradicar el hambre en África o la nueva estrategia de los nueve demonios del apocalipsis corporativo agroalimentario (Monsanto, Syngenta, DuPont, Arysta Life Science, Bayer, FMC, Dow AgroSciences, BASF y Sumitono Chemical) agrupados en el consorcio Crop Science. Bajo su nuevo maquillaje, estas nueve corporaciones pregonan la defensa del ambiente, la sustentabilidad y la erradicación del hambre.
En México, un gobierno surgido de trampas electorales busca legitimidad lanzando su campaña contra el hambre, advirtiendo desde el principio lo que todo mundo sospecha: que no se trata de un programa clientelar o buscador de votos. En el país, el nombre que recibe no es el de programa, campaña, proyecto o plan sino el de cruzada, un giro lo suficientemente cristiano para dejar limpio de culpas. Y los cruzados desfilan de inmediato con abnegación y entrega, siempre seguidos por los reflectores: gobernadores de los estados, presidentes municipales, empresas como la Pepsi y la Nestlé, organizaciones civiles como la Cruz Roja, líderes indígenas. Surgen así iniciativas como el concierto sin hambre cuyo boleto vale dos kilos de comida, un concurso nacional de fotografía sobre el hambre, cursos para enseñar a los hambrientos a comer bien, y la dotación de cámaras fotográficas a niños con hambre para que registren en sus municipios los impactos de la cruzada. Hasta el twitter llegó la cruzada: la Sedeso compró el hashtag #sinhambre que circuló a nivel mundial todo el 19 abril a un costo de 2.4 millones de pesos. Bajo esta tónica se esperan desfiles de moda por el hambre, visitas de gente célebre a los municipios depauperados, telenovelas sobre las hambrunas mexicanas, programas de turismo social, kermeses, tómbolas, donativos, concursos, servicios sociales y loterías, la distribución del manual de Carreño entre los 7.4 millones de miserables, y una obligada campaña de adopte un hambriento.
La llegada de Lula y la experiencia brasileña de Fome Zero, generan de inmediato preguntas incómodas. En México, ¿se seguirán las directrices del programa brasileño contra el hambre? De ser así, se debe acotar y vigilar la participación de empresas tan criticadas como Nestlé o Walmart, apoyar la agricultura familiar y ecológica, crear o incentivar mercados y comedores populares. Pero especialmente se deben crear mecanismos para crear un fondo especial contra el hambre, bajo conducción y vigilancia ciudadanas, obtenidas de, por ejemplo, impuestos a los accionistas de la intocada Bolsa Mexicana de Valores y gravámenes a las ganancias de los grandes corporativos y bancos (76 mil millones de pesos en 2012). De no hacerse esto, la cruzada mexicana será uno más de los espectáculos del hambre que hoy padece el mundo, y aún algo peor: un programa perverso al servicio de nefastos intereses.
Twitter: @victormtoledo