Jorge Durand (La Jornada)
El tema migratorio entró en la escena electoral en 1993, cuando el jefe de sector de la migra (INS) en El Paso, don Silvestre Reyes, decidió poner en marcha la Operación Bloqueo y detener a la migración indocumentada que cruzaba el río Bravo en frente de sus narices sin que nadie le hiciera caso.
El éxito de la operación lo llevó a la fama y a ser representante demócrata en el Congreso de Estados Unidos desde 1996. Combatir a la migración irregular ha generado, en muchos casos, réditos político electorales, como la gobernadora de Arizona que se apoyó en la nefasta ley SB 1070 para ganar la elección. Pero el ejemplo más refinado de cómo reditúa políticamente ser antinmigrante es el del ya veterano sheriff de Maricopa, Joe Arpaio que ha ganado el puesto por sexta ocasión.
Pero no todo es política antinmigrante, menos ahora que el voto latino le dio el triunfo a Obama y que los republicanos perdieron el estado de Florida.
En efecto, Obama, que había sido muy timorato en cuanto a promover una reforma migratoria, se tuvo que poner las pilas al final de su primer período para tener un gesto y pedir un voto de confianza al electorado latino. Por medio de un decreto ejecutivo, otorgó a casi 2 millones de migrantes jóvenes irregulares la posibilidad de que se cumpliera su sueño: ser americanos (Dream Act).
Los llamados dreamers muy posiblemente votarán en el futuro por los demócratas que le abrieron el camino a la legalización y, ciertamente, recordarán con cierto resentimiento haber sido tratados tan mal por los republicanos, que les cerraron las puertas. Es más, se trata de una población de jóvenes politizada y educada que luchó en las calles por tener un papel en esa sociedad.
Después de este gesto de buena voluntad política, Obama pudo presentarse ante los latinos con una carta fuerte y seguir con la retórica normal de promesas electorales, entre ellas impulsar una reforma migratoria.
Por su parte, Romney optó por una alianza directa con el ala conservadora de su partidoy nombró a Paul Ryan, del Tea Party, en la fórmula para vicepresidente, lo que limitó cualquier expresión de arreglo para la situación de los migrantes irregulares. Ni siquiera se atrevió a apoyar a los dreamers, que son los que tienen mayor aceptación en Estados Unidos, y que de hecho no cometieron ningún delito cuando llegaron de pequeños, fueron sus padres los responsables de la falta.
No sólo eso, Romney perdió al electorado latino de Florida, que anteriormente le había dado sonados triunfos a los republicanos. Y ese es un misil en la línea de flotación para el partido conservador, que ven que el barco se hunde y no saben qué hacer. Para ganarse a los latinos, ya no basta tener a los cubanos de su lado. El electorado de Florida ha cambiado notablemente en los recientes años. Los viejos cubanos que llegaron en la década del 50 o 60 ya se están muriendo. La segunda generación de cubanos es totalmente distinta, ya no se autoidentifican en el censo como blancos, como lo hacían sus padres, sino como hispanos o latinos.
Tres cubano-americanos han llegado al senado, dos republicanos –Rubio, de Florida, y Cruz, de Texas– y un demócrata, Rob Mendez, por New Jersey. Además hay 28 escaños latinos de diferentes orígenes en la Cámara de Representantes. El lobby latino y cubano es cada vez más fuerte, pero ya no es totalmente republicano.
Los republicanos perdieron en la Pequeña Habana de Miami, lo que pone en evidencia que los cubanos ricos ya no viven ahí y que sus habitantes son un conglomerado latino de cubanos, peruanos, colombianos, nicaragüenses y demás nacionalidades.
Los latinos le dieron el triunfo a Obama, pero el supo trabajar electoralmente con las minorías. A los negros los tenía ganados por el simple factor racial y recibió 93 por ciento de los votos, de los asiáticos 73 por ciento y de los latinos 71 por ciento, que es el grupo más numeroso. Romney sólo ganó entre los blancos con 59 por ciento.
Sin embargo, la declaración de Obama de que apoyará una reforma migratoria se debe, ya no a la elección, sino a una estrategia política y partidaria de mediano y largo plazos.
El Pew Hispanic Center reporta, con datos duros y confiables, un nuevo panorama demográfico electoral en Estados Unidos, donde los latinos son el factor crucial para el mayor crecimiento de posibles votantes.
En primer lugar, los latinos son el grupo étnico más joven, con 27 años en promedio, frente a un electorado blanco envejecido de 42 años como media. El remplazo generacional estará a cargo de los latinos.
En segundo término, los latinos están participando cada vez más en las elecciones presidenciales, fueron 9.7 millones en 2008 y 12.5 en 2012. Sin embargo, todavía pueden pegar más fuerte de lo que lo han hecho, si convencen a 11.2 millones de latinos que podían votar y no lo hicieron.
En tercer lugar, se estima que hay 17.6 millones de latinos menores de 18 años y que en el futuro podrán ser votantes, lo que implica una masa electoral que hay que conquistar.
No todo queda ahí. Hay 5.4 millones más de latinos que tienen visa de residentes y que, si se naturalizan, podrían incorporarse al electorado. De hecho, se dice que las demoras y las listas de espera en el proceso de naturalización favorecen a los republicanos, porque son menos votos para los demócratas. Este grupo ha sido sistemáticamente trabajado por diversas organizaciones que tratan de ganarlos para su bando político.
Finalmente, hay 7.1 millones de latinos en situación irregular y que podrían, eventualmente, encontrar un camino a la legalización. Luego tendrían que pasar varios años para naturalizarse y sufragar, pero eventualmente ellos votarían por el partido que favoreció una reforma migratoria.
En síntesis, la demografía electoral a mediano y largo plazos le da un papel fundamental al voto latino. La elección quedó atrás, ya no se trata de los intereses de tal o cual candidato sino del partido y de su futuro. Ahora, más que nunca, se vislumbran nuevas posibilidades de una reforma migratoria.