Carlos Fernández-Vega (La Jornada)
Que siempre no será algo claramente alcanzable (Luis Videgaray dixit) un crecimiento económico mayor a 3 por ciento en este 2013, el año del México que todos queremos (el jefe de aquel dixit). De hecho, si bien va, los habitantes de esta República de discursos deberán manifestar públicamente su agradecimiento al Altísimo si el país logra una tasa de 2 por ciento, es decir, la misma raquítica proporción anual que como promedio se registra desde hace 30 años, cuando lo mínimo requerido para salir del hoyo es 6 por ciento sostenido.
Ayer, el Inegi dio a conocer su informe sobre el comportamiento del producto interno bruto nacional en el segundo trimestre del presente año, y el resultado fue peor que en el primero, lo que ya es decir, y que a la letra señala: con cifras desestacionalizadas, el PIB disminuyó 0.74 por ciento durante el periodo en cuestión respecto a enero-marzo. Por componentes, las actividades secundarias fueron menores en 1.1 por ciento y las terciarias en 0.42 por ciento, en tanto que las primarias crecieron 1.22 por ciento. En síntesis, éramos muchos y parió la abuela.
Así, en el primer semestre del México que todos queremos, el producto interno bruto de esta sólida economía de gran calado a duras penas promedió un crecimiento de uno por ciento con respecto a igual lapso de 2012, la proporción más reducida del último quinquenio. Eso sí, queda la reconfortante dicha de saber que tal comportamiento fue mejor que el reportado en igual periodo de 2009, en plena crisis del catarrito.
A finales de junio pasado, el secretario de Hacienda consideraba que un crecimiento de 3.5 por ciento en el segundo trimestre es algo claramente alcanzable, pues esperamos una relativa recuperación del crecimiento a finales de este año, de tal suerte que en 2013 la tasa fuera no menor a 3.1 por ciento. Pues bien, ¿de qué tamaño tendría que ser el resultado económico entre julio y diciembre de 2013 para que se materializara la alegre cuenta de Luis Videgaray? Nada más y nada menos que alrededor de 12 por ciento, algo no registrado desde tiempos de Adolfo López Mateos, o lo que es lo mismo, medio siglo atrás. Entonces, ¿tiene con qué responder la economía mexicana para honrar la declaración del susodicho?
Mientras se resuelve tan complicada ecuación, el Centro de Investigación en Economía y Negocios (CIEN) del Tecnológico de Monterrey, campus estado de México, que dirige José Luis de la Cruz Gallegos, advierte que la actividad industrial en México y Estados Unidos continúa en franca desaceleración. Para nuestro país, la caída de 2.4 por ciento en junio fue producto del registro negativo en todos sus componentes. Construcción fue el más afectado: la contracción de 6 por ciento marca que la edificación, las grandes obras de ingeniería civil y la elaboración de trabajos especializado son afectados por el menor ritmo de actividad económica. La caída refleja el menor ritmo de inversión y producción que la economía mexicana viene presentando en algunas de sus industrias más importantes, por lo que sintetiza la cautela que tienen los empresarios e inversionistas en todo el sistema productivo nacional. El gasto público no alcanza para revertirla.
Las manufacturas exhibieron una baja de 1.2 por ciento, lo que las mantiene en la desaceleración. Tanto las exportaciones como la demanda del mercado interno han retraído la producción manufacturera nacional. La revisión de la actividad de Estados Unidos en este mismo sector indica que esta situación se prolongará durante el resto del año. La elaboración de maquinaria y equipo, automóviles, textiles, vestido, equipo electrónico y eléctrico constituyen algunos de sus segmentos que más se ven afectados. Lo descrito se exacerba porque la producción de alimentos ha perdido vigor, esto señala que los mexicanos han disminuido su ritmo de consumo, un aspecto básico para su vida diaria y lo cual es una mala noticia para otros bienes considerados de lujo.
La generación de electricidad, gas y agua, así como la minería terminan por cerrar el capítulo de la contracción. Lamentablemente el primer semestre del año no presentó el escenario positivo que la mayoría de los analistas habían diagnosticado, y mucho menos el fin de la desaceleración. En realidad, la actividad industrial sigue el paso del ciclo de Estados Unidos, un avance cada vez más lento, producto de la debilidad de su mercado interno y el desempleo. Si bien los estadunidenses han logrado evitar un entorno como el que se vive en la Unión Europea, ello no implica que tengan un nivel de bienestar como el alcanzado antes de la crisis. El rescate aplicado por la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro terminó por favorecer al sistema financiero. La compra de deuda que mes a mes realizan las autoridades monetarias no impulsa al sector productivo ni la generación de empleo.
El comportamiento de la actividad industrial en el vecino del norte ha influido en la desaceleración que presenta dicha variable en nuestro país. Adicionalmente, al revisar los ciclos, tanto la actividad industrial como la mayoría de sus componentes se ubican en terreno negativo. Lo anterior, aunado al pobre dinamismo de la actividad industrial estadunidense, podría implicar que el desempeño industrial de México no exhiba una mejora significativa, por lo menos hasta el principio del cuarto trimestre del año.
Los efectos de la desaceleración industrial mexicana se reflejan en el mercado laboral. Durante el segundo trimestre del año la población ocupada creció 0.5 por ciento con respecto al mismo periodo de 2012. Sin embargo, la población desocupada exhibió un incremento mayor de 4.9 por ciento. En lo que respecta al nivel de ingresos, a pesar de que la población que no percibe ingresos se redujo en 4.4 por ciento, aquellos que ganan más de cinco salarios mínimos presentaron también una reducción de 4.6 por ciento, situación que refleja la persistencia de la precariedad salarial que enfrenta la fuerza laboral, puntualiza el Centro de Investigación en Economía y Negocios.
Las rebanadas del pastel
Y como se trata de algo urgente, ahora que de nueva cuenta es moda la consulta popular, ¿por qué el PRD no organiza una, tal vez para el año 2398, para saber si la prole estaría de acuerdo en cambiar el modelo económico? Nada mal estaría, pero tampoco hay que apresurarse, pues tal vez para ese entonces ya los mexicanos perciban en sus bolsillos los beneficios prometidos por los últimos seis inquilinos de Los Pinos.
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