Carlos Fernández-Vega (La Jornada)
Tras la opereta panirredista y la ampliación ética del Pacto por México, finalmente fue presentada en sociedad la llamada reforma financiera. Con el boato que ameritaba la ocasión (el acto se desarrolló en el Castillo de Chapultepec), el presidente Peña Nieto resumió así la urgencia de llevar a la práctica las modificaciones legales propuestas: resulta paradójico que siendo uno de los sistemas financieros y bancarios más sólidos y robustos del mundo, el de México también sea uno de los que menos presta. Por ello, dijo, a partir de ahora se trata de que preste más, a menor costo.
En efecto, la banca que opera en el país se ha dedicado a utilizar el ahorro de los mexicanos para todo (desde el agio y la inversión en valores hasta la especulación aquí y allá), menos para cumplir con su función fundamental: otorgar crédito a los sectores productivos, fomentar el crecimiento económico y servir de intermediaria entre los ahorristas y los solicitantes de crédito. Y en este contexto no puede olvidarse que la solidez alcanzada por el sistema financiero y bancario del país es producto de su rescate y saneamiento con recursos del Estado, los cuales representan un pesadísimo fardo para las finanzas públicas y para los mexicanos, quienes son los que han pagado, y lo siguen haciendo, los platos rotos.
Semanas atrás comentamos en este espacio que antes de que las trasnacionales financieras se apoderaran del sistema financiero y bancario del país, el crédito otorgado por la banca privada al sector productivo superaba (en 1994) el 40 por ciento del producto interno bruto. En casi dos décadas esa proporción se desplomó 80 por ciento y a estas alturas apenas significa 7.6 por ciento del PIB, contra 71 por ciento que, en promedio, otorgan los países miembros de la OCDE.
La información oficial revela que tras el estallido de la crisis de 1995, el financiamiento otorgado a las actividades productivas se desplomó de más de 40 a 17.32 por ciento del producto interno bruto, y 16 años después no levanta de 7.6 por ciento, aunque el punto más bajo se registró en 2001, con 4.5 del PIB. A pesar de ello, las ganancias de la banca trasnacional han sido espectaculares, a costillas de la clientela y del crecimiento económico del país.
En un reciente análisis, la Cámara de Diputados advierte que la expansión de la actividad bancaria en México ha fijado su estrategia en el crédito al consumo, dejando en segunda instancia el apoyo a la actividad productiva, situación que se reproduce pues no existen costos de no financiar o de sesgar su estrategia hacia sectores y rubros que a largo plazo pueden implicar mayores riesgos. Así, en 2011 la participación del crédito otorgado por la banca comercial al consumo se incrementó 15.3 puntos porcentuales y 8.3 al gobierno. En sentido contrario, para la vivienda se contrajo en 5.8 puntos. Los datos anteriores revelan que, en efecto, el financiamiento al consumo de personas y familias se ha convertido en la principal fuente de expansión del crédito otorgado por la banca comercial.
No puede seguir así. Por ello, la reforma financiera incluye 13 iniciativas y modificaciones a 34 leyes, con lo que el gobierno federal pretende reactivar el otorgamiento de crédito productivo, estimular el crecimiento económico y lograr que la banca haga lo que no ha hecho en dos décadas. El presidente Peña Nieto subrayó que el crédito es un insumo fundamental para el crecimiento económico de una nación, y en el caso mexicano la banca que opera en el país nunca estuvo tan alejada de ese objetivo como ahora.
Como siempre en estos casos se obvió el hecho de que no fue por casualidad que la banca incumpliera con su función principal durante los últimos años. En ese periodo, tres gobiernos al hilo (Zedillo, Fox y Calderón) permitieron a los barones del dinero cualquier cantidad de excesos, al tiempo que se empeñaron (sin lograrlo, felizmente) en borrar del mapa a la banca de desarrollo (la del Estado mexicano).
Fue en ese lapso, pero especialmente en la docena trágica panista, en el que las trasnacionales financieras se hincharon de utilidades, al saquear a su clientela, utilizar el ahorro para fines especulativos, cobrar comisiones hasta por respirar y con un margen de ganancia que ni en sueños obtenían en sus países de origen. Paralelamente, gozaron de largos años sin pagar impuestos (simplemente los diferían), del rescate del Estado, con todo y pagarés Fobaproa (cuya carga se mantiene en el lomo de los mexicanos) y convirtiendo a México en su paraíso particular, con la decidida complicidad gubernamental. Así, quién no hace negocios.
De acuerdo con la versión oficial, ahora le toca responder a la banca. Peña Nieto aseguró que ésta ya no es un problema como lo fue en el pasado, sino que ahora incluso es uno de los pilares más fuertes que tiene México. Paradójico el señalamiento presidencial, pues si la banca no presta, pero sí destina el ahorro de terceros para invertir en valores o especular por doquier, entonces el problema es mayor, porque afecta a todo el sector productivo, al mercado laboral, al fisco y a lo que se quede en el tintero. Ergo, es un gran problema. De hecho, él mismo lo dijo: el crédito puede cambiar el destino de un país, y la falta de él también.
Parte fundamental de la reforma financiera es la relativa a la reactivación de la banca de desarrollo, desmembrada y minimizada por Zedillo, Fox y Calderón. Fortalecer a la banca del Estado no es necesario, sino urgente, porque la creación de las siete instituciones que la conforman fue, precisamente, para acelerar el crecimiento económico, impulsar el desarrollo y mejorar el bienestar de los mexicanos. Sería un gran logro si el gobierno peñanietista concreta ese objetivo, y habrá que ver hasta dónde puede con los barones del dinero, uno de los tantos monstruos creados por el sistema y que ya no sabe cómo meterlo al orden. Entonces, que la banca sea del país, y no éste de aquella, como hasta ahora.
Las rebanadas del pastel
Tal vez sea producto de la profunda tristeza que en él produjo no poder entrevistarse con el Papa, pero el gobernador del estado de México, Eruviel Ávila, de plano perdió toda proporción: a los damnificados por la explosión en Xalostoc les ofreció 25 mil pesotes para reconstruir sus viviendas (45 oficialmente devastadas), lo que hace un total de un millón 125 mil pesos. ¡Qué desprendido!, porque con esa cantidad ni siquiera se paga su estancia en Roma en espera de que el pontífice le diera la bendición y le regalara un rosario.
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